En América hay unos cuatro países dolarizados. Sus economías se volcaron directamente al billete verde que ha permitido salvaguardar las actividades productivas y, claro, al consumidor que, a bien o a mal, ve en la divisa norteamericana un activo de refugio en donde resistir los embates de las crisis que amenazan con quebrar a cualquier nación.

Ecuador, El Salvador, Panamá y Bahamas son los cuatro países que adoptaron al dólar como moneda oficial. La economía se bandea en dólares y absolutamente todo se cotiza con las caras de los padres fundadores de los Estados Unidos. Hay un quinto: Venezuela. Aquí no es oficial, de hecho, no puede serlo y además, es completamente falsa.

Tal como lo señalamos en la entrega anterior, en el país ubicado al norte del sur se erigió una dolarización de la mano de consumidores y comerciantes, en una apuesta, casi ahogada, por sobrevivir a la creciente e imparable hiperinflación que llevó al venezolano promedio a cobrar apenas 87 centavos.

Dijimos que era falsa, pues contrario a lo estimado, existe una verdadera repulsión por los billetes, indiferentemente del valor, que estén arrugados o algo rotos. La exigencia por una pieza en buen estado es indispensable para los comerciantes e incluso para los mismos portadores que, ante la petición, no tienen de otra salvo tratar de conseguir, a duras penas, un billete que “valga la pena”.

Esto está mal, sobre todo si nos vamos a la comparación con los cuatro primeros países reseñados, pues resulta que en esas naciones, así como en el país emisor, Estados Unidos, de verdad no importa lo dañado de un billete (por supuesto, sin caer en la exageración) pues simplemente vale y valdrá lo mismo. Es algo, desde luego, de lógica y sentido común.

Estas comparaciones, claramente, yacen netamente en el pensamiento del consumidor. Es técnicamente imposible comparar los procesos de dolarización formal que se dieron en estos cuatro países, pues en Venezuela no se podrá dar. Las sanciones, la ideología política y, claro, la renuencia de los gobernantes que se hacen llamar socialistas; harán incapaz un traspaso del deteriorado y golpeado bolívar al dólar. Lo peor: esto lo esconderán bajo la excusa de soberanía, cuando, en realidad, el dólar ya forma parte del día a día del venezolano promedio.

 

Por tanto, y ante la imposibilidad de que haya una dolarización oficial en el bolivariano país, es indispensable e imperioso que haya una consciencia por parte de quienes, sin importar discursos o anuncios oficiales, usan el dólar como método de pago, incluso, hasta para cosas vagas como la compra de una chupeta o el pago de clases particulares.

Pero no es cualquier tipo de consciencia. Es una consciencia humana, de entendimiento y comprensión. De saber que tener un billete recién impreso por la Reserva Federal es un imaginario y que, obviamente, el dólar vale lo mismo así esté arrugado, usado, roto por encima, rayado con lapicero o hasta desteñido. El dólar, que ya es una moneda mundial, básicamente; vale más que la falsa idea de un comerciante.

Sin embargo, en la Venezuela actual se hace un tanto complicado el pensar o siquiera esperar tal consciencia. Existe, lamentablemente, una guerra interna entre los ciudadanos y consumidores, culpándose unos a otros, cuando, a ciencia cierta, la responsabilidad recae sobre las pésimas políticas que llevaron al país, que en otrora fue referencia, a ser motivo de éxodos masivos y desprecio por parte de millones.

¡Es triste! Claro que sí. Pero es una realidad que solamente los venezolanos podrán cambiar, utilizando, en lugar de la avaricia, el sentido común, la lógica, la consciencia y, primero que nada, la solidaridad; pues no es menos cierto que esa precaria situación de Venezuela pareciera no tener fin, al menos de momento.

La unidad de los hombres y pensamientos es necesaria, siempre que se quiera ‘echar palante’, como dicen los venezolanos.

@jherreraprensa