Hemos visto en los últimos días cómo ha corrido como pólvora todo lo concerniente a Estados Unidos y China. Las tensiones entre ambos países acrecentaron a niveles nunca antes vistos, que hasta pasaron por cierre de consulados generales. Claras muestras de que el tema diplomático es muy delicado entre las dos superpotencias mundiales.
Pero, ¿qué hay detrás de todo esto? Es un tema que se debe analizar, porque, así como ha sido noticia todo lo que tiene que ver con tensiones provocadas por ideologías dispares; es igual de relevante que, aun en medio de tanto caos y palabras vacías, esos dos países que al frente de las cámaras y periodistas parecieran no quererse, se comprometen a seguir su acuerdo comercial, rubricado en su primera fase en enero, cuando la pandemia no parecía ser tan seria.
Es cierto que EEUU ha acusado a China, en innumerables ocasiones, de querer robar material sensible, de ser una amenaza a la Seguridad Nacional; han increpado, desde la Administración de Donald Trump, al Partido Comunista Chino y lo culpabilizan de todos los males actuales que se ciernen sobre la nación norteamericana desde la llegada del virus.
Lo mismo hemos visto por parte de China hacia EEUU. Los acusan de vilipendio, de mentir, de manipular, de jugar sucio y de emprender una batalla no convencional que, dicen ellos, afecta en gran medida a quienes menos esperan.
Tanta ha sido la pelea que hasta aplicaciones chinas como TikTok y WeChat salieron a relucir y se ven obligadas a vender sus operaciones a un comprador estadounidense, pues de lo contrario, no podrán utilizarse nunca más en ningún territorio de EEUU. Así mismo. Fue una orden ejecutiva firmada por Trump en la Oficina Oval.
¿Pero es esto cierto?
Los desvaríos se hacen cada vez más notorios. Si recordamos hace unos pocos días atrás, el mandatario republicano, ahora nominado para su reelección a la Presidencia de los Estados Unidos; decía, a voz pópuli, que no quería hablar con China, que el ‘daño’ que le habían hecho al mundo y a su país con el coronavirus era mucho. “No quiero hablar con China ahora”, dijo textualmente, no sin antes sobrecargar la información de que, en efecto, ese país tiene gran responsabilidad por la locura que ha desatado el tema Covid-19.
Lo recalcó Trump con respecto a las conversaciones que en esa semana estaban pendientes precisamente por el tema del acuerdo comercial que, como ya dijimos, sigue en pie, aun con tanta maroma y teatro.
Lo sospechoso es que, poco después de que el inquilino de la Casa Blanca afirmara su poca disposición para entablar conversaciones con el gigante asiático, se reveló la notica: reafirmado el compromiso de ambas partes por el cumplimiento del acuerdo en Fase Uno.
¿Qué habrá hecho repensar a Trump? ¿Es en serio que no quiere hablar? ¿Quiere, pero no? ¿Cómo es el tema? Son las dudas que, desde luego, ponen en tela de juicio lo que el presidente estadounidense realmente quiere hacer.
Si es por responder, nos animamos a decir que, precisamente, Trump sí quiere hablar con los chinos, pero por temor a la recesión económica que ya ha estado mostrando sus colmillos en EEUU. Se quiera o no asumir, el gigante americano necesita del gigante asiático para apoyarse y crecer, aun acusándolo y culpándolo de la crisis del coronavirus. China, como sabemos, está en todo.
Pero ni corto, ni perezoso. Para China esto es excelente, pues si bien existen las disparidades con EEUU, no hay mayor comprador para ese país que América, no hay rival más gustoso que el Tío Sam, no hay nada, al menos en política, que valga más que el dinero; y estos dos gobiernos lo saben.
Los opuestos se atraen y cuando hay dólares de por medio, se hacen inseparables.
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