La ingesta insuficiente de alimentos, ya sea de forma transitoria, aguda, estacional o crónica, se ha incrementado de manera significativa tras la pandemia; en México, la crisis económica que implicó redujo sorpresivamente el ingreso promedio de las familias y esto impactó la cantidad y calidad de alimentación.

No obstante, la inseguridad alimentaria no sólo contempla a las personas en situación de hambre. Vivir con incetidumbre respecto de su capacidad para alimentarse o tener que comprometer la calidad o cantidad de su comida también es inseguridad alimentaria.

Esto ha impactado con mayor fuerza a los países con brechas amplias de desigualdad y altos niveles de pobreza, lo que explica porque América Latina es la región con las tasas más altas de inseguridad alimentaria sólo después de África.

De acuerdo con las cifras de la ENSANUT 2021, 6 de cada 10 mexicanos están en algún grado de inseguridad alimentaria —que no es sinónimo de hambre—.

Esto implica desde dejar de comer algunos alimentos por su precio, cambiar de marcas a las que son más baratas, comer menos veces al día o reducir las porciones y hasta pasar días sin comer.

La ola inflacionaria presionará la capacidad de compra de las familias, por lo menos, un año y medio más. Eso estiman los especialistas y las instituciones. La seguridad alimentaria de las personas, especialmente en países como México, está significativamente comprometida.