Hace poco más de un año, los mercados petroleros internacionales descartaron a Venezuela por considerarla una catástrofe demasiado golpeada y mal gestionada como para volver a ser relevante. Resultó que el aviso de su deceso fue bastante prematuro.

Con los precios del crudo al alza y los operadores escudriñando los rincones más remotos del mundo en busca de señales de producción futura, la industria petrolera de Venezuela ha experimentado una inesperada recuperación en el momento más oportuno. El miembro fundador de la OPEP —que alberga las mayores reservas de petróleo del mundo— ha duplicado con creces la producción desde fines de 2020, y aún hay espacio para que la producción crezca. Con las economías globales recuperándose de lo peor de la pandemia y el mercado en vilo por el potencial impacto de las tensiones entre Ucrania y Rusia, los hambrientos compradores están adquiriendo a gusto todo el combustible que pueden conseguir.

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Es un remonte que hasta hace poco parecía casi impensable. La estatal Petróleos de Venezuela SA, que ya se encontraba en una situación desesperada después de décadas, recibió un golpe tras otro: Sanciones financieras de Estados Unidos en 2017; otra ronda dos años más tarde que interrumpió las ventas de su petróleo y obligó a los contratistas a retirarse del país; un apagón eléctrico que dejó la producción fuera de servicio durante una semana; la pérdida de almacenamiento de petróleo en el Caribe; y una pandemia mundial que hizo caer los precios de su crudo pesado. Los ingresos en divisas del Petroestado disminuyeron un 99% en los seis años que terminaron a principios de 2021, lo que supuso un gran golpe para la economía.

Pero Venezuela ha elaborado recientemente una nueva fórmula: importar petróleo ligero de Irán para ayudar a diluir su espeso crudo, trabajar con contratistas locales para mantener el flujo de petróleo y venderlo a China a través de intermediarios. Como resultado, PDVSA está produciendo ahora unos 800.000 barriles al día, alrededor del 60% de lo que bombeaba antes de que las sanciones petroleras de EE.UU. entraran en vigor en enero de 2019.

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No son los tres millones de barriles diarios que convirtieron a Venezuela en una fuerza energética mundial en la década de 1990, pero tampoco son los 374.000 barriles diarios que alcanzó cuando el país tocó fondo en junio de 2020. Con los precios rondando los US$100 por barril y algunos contratistas locales que perciben que la administración de Biden es menos estricta a la hora de aplicar las sanciones económicas, muchos analistas creen que es un nivel de producción que el país puede mantener.

Sin duda, 800.000 barriles diarios son menos del 10% de la producción de Arabia Saudita y ni siquiera convertirían a Venezuela en uno de los principales productores de la Organización de Países Exportadores de Petróleo. Pero, si bien apenas tendrá repercusión internacional, es un importante salvavidas para el presidente Nicolás Maduro, que proporciona oxígeno a una economía que acaba de crecer por primera vez en siete años.

PDVSA no publica datos financieros, pero Asdrúbal Oliveros, de la consultora Ecoanalítica con sede en Caracas, estima que el Gobierno recibió US$11.000 millones en ingresos petroleros el año pasado, un aumento del 38% con respecto al año anterior. Prevé que los ingresos aumenten a unos US$15.000 millones este año. La empresa no respondió a mensajes solicitando comentarios.

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La oferta de Venezuela no “va a mover los mercados, pero con el aumento de los precios del petróleo, representa un ingreso inesperado”, dijo en una entrevista David Voght, director gerente de IPD Latin America.

Un factor clave que impulsa el cambio de rumbo es la ayuda de poderosos aliados. China compra la mayor parte de la producción de Venezuela e Irán proporciona el condensado que necesita el país para mezclar con su crudo pesado. El diluyente es clave para la Faja del Orinoco. El crudo similar al alquitrán que se extrae de las amplias llanuras del este de Venezuela, representa alrededor del 70% de la producción del país; sin condensado para mezclarlo, no puede ser bombeado al puerto de exportación de PDVSA, situado a 300 kilómetros de distancia, ya que obstruye los oleoductos.

“El acceso a los diluyentes iraníes es clave para que la producción siga aumentando”, dijo Jacques Rousseau, director gerente de Clearview Energy Partners LLC.

“Con los precios del petróleo tan altos y la disminución de los suministros del tipo de petróleo pesado que produce Venezuela, sin duda vale la pena prestar más atención a lo que están haciendo”. Esta misma semana, Caracas y Teherán ampliaron su cooperación petrolera con un nuevo acuerdo en Doha, durante el Foro de Países Exportadores de Gas, sin detallar su contenido.

PDVSA también ha superado el éxodo de grandes empresas internacionales de servicios y mantenimiento, como Halliburton Co., Schlumberger y Baker Hughes Co., que se retiraron del país debido a que las sanciones estadounidenses les prohibían perforar pozos o vender, comprar o transportar petróleo.

En su lugar, los contratistas locales están llenando cada vez más el vacío, interviniendo discretamente en las reparaciones y el mantenimiento. La disposición de estas empresas a aceptar contratos se debe, en parte, al enfoque no intervencionista de la administración Biden respecto a las sanciones, según los contratistas que operan en el país. Bajo este enfoque más suave, dicen que EE.UU. no está cerrando su acceso a las instituciones financieras con la misma voracidad que la administración Trump.

Por ahora, la producción se mantiene, incluso cuando muchas instalaciones están en ruinas, dijo Voght. PDVSA tiene tanto exceso de capacidad que puede centrarse en las plantas que están en mejor estado para seguir bombeando cerca de los niveles actuales. Al mismo tiempo, muchos de los campos que se han cerrado pueden reabrirse rápidamente, lo que significa que podría haber espacio para crecer.

A pesar de las sanciones y de la calidad del crudo venezolano, “se está operando con gran esfuerzo y lo mejor que se puede y con gran esfuerzo para mantener la producción en las peores condiciones”, dijo la economista Tamara Herrera, directora gerente de la consultora Síntesis Financiera.

Aun así, eso no significa que la ambiciosa meta del Ejecutivo venezolano de 1,5 millones de barriles diarios esté al alcance. “Después de años de falta de inversiones”, dijo Rousseau, de Clearview Energy, “es poco probable que la producción vuelva a ser la de antes”.

Herrera coincide. “Tocarlos y mantenerlos son dos cosas diferentes”, dijo sobre los elevados niveles de producción. “El principal desafío del sector es que los niveles alcanzados sean sostenibles”.